“Lo que queda de la noche” nos obsequia una voz que desde hace mucho tiempo no se escuchaba en la literatura salvadoreña. La novela, con un estilo orgánico y capaz de traspasar las barreras del tiempo, queda impregnada desde la primera oración en la mente del lector.

El realismo social impera en sus páginas, llenando cada capítulo de una vorágine de emociones: el primero coloca al lector en una secuencia de tensión y misterio en la terraza de un pent-house en una ciudad al sur de California. El segundo se centra en el polvo flotante de aquella tarde a principios de 2001, en la que un terremoto sacudió al país, removiendo pesadillas y –por qué no– amores inconclusos. El tercer capítulo nos enfrenta al abandono y las decisiones difíciles que la juventud tuvo que tomar en los tiempos de la guerra civil. Y el cuarto nos habla un poco sobre el problema de la migración forzada y volver a empezar de cero muchas veces.