En el patio del liceo, los niños se alinean uno detrás del otro, toman distancia con el brazo para marcar el espacio justo entre cada uno, una fila al lado de la otra, formando un cuadrado perfecto, una especie de tablero, como piezas de un juego, pero nadie sabe cuál. Nona Fernández construye un texto coral, onírico y poético para narrar la infancia de unos compañeros de liceo en plena dictadura de Piochet. Entre sueños y recuerdos las voces de los niños, ahora jóvanes adultos, reconstruyen esos años de oscuridad y la forma en que lo atroz permeaba su cotidianidad. Veintitantos años después, las normas que imponía la escuela, la desaparición inexplicable de algún hermano mayor, la partida repentina a Alemania de la compañera González, hija de un carabinero de peso, el silencio absoluto del profesor cuando a alguién se le ocurrió preguntar qué era meterse en política, aparacen como momentos de una pesadilla que nadie quiere recordar pero en la que inevitablemente esos niños que fueron están sumergidos, buscando la manera de despertar.