Schweblin, Samanta. Distancia de rescate. Literatura Random House, 2015.

– No está sucediendo, no es verdad.

Es inútil negar la evidencia. Su cuerpo ha empezado ya a dar síntomas de la intoxicación: fiebre, picores, mareos, ceguera. Tenía que haber huido cuando aún estaba a tiempo, pero, ¿por qué no lo hizo?, ¿qué la retuvo? Sin duda, se sentía culpable. Había sido grosera. Pero, es que una historia así… y su comportamiento de los últimos días… resultaba intolerable. Además, estaba Nina, su hija pequeña, a la que tenía que proteger.

¿Quién es el niño a su lado? Lleva horas ahí, parece querer sonsacarle algo o asistirla en sus últimas horas, o ambas cosas. Él habla poco, escucha casi todo el tiempo. De vez en cuando interviene cuando Amanda desvaría y la ayuda a concentrarse en lo importante.

– Eso es relevante. ¿Qué había dentro del camión? ¿Os rozasteis con el bidón?

– Sí, e instantes después empecé a sentirme mal. Solo recuerdo que me quedé tumbada en el suelo mientras Carlota iba a buscar ayuda.

De David había escuchado muchas historias por boca de su madre. Todas eran terribles y lo predisponían contra él. Un día halló la confirmación a sus temores cuando al volver a su casa encontró a los dos niños encerrados en la habitación de Nina. No era solo eso, sino más bien su comportamiento siniestro. Parecía como ausente. Su aspecto físico era desagradable, con todas esas manchas por su cuerpo. Tenía miedo de que le hiciera algo malo a su hija. Su madre, que lo había descubierto enterrando animales que caían muertos a sus pies, no lograba reconocer en aquel chico a su David, del que renegaba. Todo comenzó aquel fatídico día a orillas del río, cuando aún era muy pequeño. Nunca se lo perdonaría. Unos segundos de descuido fueron suficientes. Al menos debía intentar salvar su alma antes de que el veneno también la invadiese, aunque lo perdiese para siempre.

En el pueblo, adonde llegó Amanda prometiéndoselas muy felices (se disponía a pasar allí las vacaciones junto a su hija), pasaban cosas extrañas. Una mañana, en el supermercado de la esquina, le llamó la atención la niña que se escondía entre los anaqueles mientras jugaba con Nina. Al igual que David presentaba unas deformaciones físicas y unas manchas en su pequeño cuerpo. Solo habían pasado unas horas desde que se encontrara en aquel lugar y este ya era el segundo caso similar que descubría. Trató de no alarmarse y de encontrar una explicación racional para lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Si en algún momento Carlota fue cabal no lo sabemos. Puede que en algún momento lo fuera, cuando aún David era un niño “normal”, y ella joven y atractiva (aún conservaba rastros de su antigua belleza). Ahora todo eso se había perdido, no solo por el paso de los años, sino sobre todo por el avance de su locura y desazón. El lazo que lo unía a David se había roto definitivamente. En cambio, Amanda es otro tipo de madre. Se halla muy unida a Nina, se preocupa mucho y siempre está alerta (mide a cada paso la distancia que la separa de su hija). De su marido sabemos poco, solo que está por llegar. De todas formas el papel que juegan los hombres en esta historia es totalmente secundario. Intuimos una atracción física entre Carlota y Amanda. ¿Quizá fuera esta la razón por la que le costó huir?

Amanda pregunta con insistencia por su hija, pero no obtiene respuesta porque hace rato que se ha quedado sola. Por fin ha llegado el padre de Nina, quien se ocupa ahora de la niña. Pide explicaciones al padre de David, pero este se muestra impotente y resignado. Mientras tanto, David hace algo muy raro, se mete en el coche del visitante y se comporta como si fuera… ¿Nina? Esta escena da escalofríos. También cuando se nos permite echar una mirada al interior de su casa. Todo, cuadros y objetos, están unidos por un hilo, como si alguien hubiese querido simbolizar con este gesto la unión de una familia que, en realidad, está rota.

El misterioso relato: Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, abunda en escenarios tanto interiores (la casa de Carlota, la de Amanda, el supermercado, la Casa Verde, donde se produce la supuesta transmutación del alma de David, el supermercado, el hospital) como exteriores (el jardín de la casa de Amanda, la carretera, los campos de soja). Hay escenas estáticas (cuando los personajes aparecen sentados, charlando o discutiendo) y escenas en movimiento (cuando se dirigen a algún lugar, ya sea a pie, en coche o a caballo). La sucesión de escenarios y la acción con la que avanza el relato contrasta con la inmovilidad de la enferma postrada en la cama del hospital. La narración se desarrolla en dos planos: uno el del tiempo presente de la narración y otro pasado (la reconstrucción de los días previos desde la llegada de Amanda al pueblo hasta sus últimas horas de vida).

Parece como si una película estuviese pasando ante nuestros ojos. (Esta cualidad no ha pasado desapercibida para Claudia Llosa, quien ya está rodando su versión cinematográfica de esta novela). La tensión no cesa en ningún momento, sino que va en aumento. El hilo que une a los personajes, sobre todo el de Nina y Amanda, se tensa cada vez más. La sensación es de confusión y desorientación, como si estuviésemos en medio de un túnel del que no vemos la salida. Las situaciones límite despiertan un sentimiento de angustia y malestar. Se vive muy intensamente la lectura de este libro.

Para referirse al trasfondo social que late a lo largo de sus páginas vale la manida frase: “La realidad supera a la ficción”. Los registros e informes hospitalarios, la opinión de los médicos especialistas, las denuncias y los testimonios dan cuenta de las graves secuelas físicas y las malformaciones, además del drama familiar y social que conllevan, que causa el empleo de herbicidas en las cercanías de la población. Esto afecta sobre todo a personas y familias humildes, que se encuentran indefensas y desasistidas a la hora de reclamar sus derechos. Cuando la avioneta hace la descarga no tiene en cuenta ni las casas ni las escuelas colindantes. La lluvia de pesticidas cae indiscriminadamente sobre niños, adultos, ancianos y embarazadas.

La lectura de Distancia de rescate formó parte del taller de lectura “Literatura y Sociedad”, que tuvo lugar en la librería berlinesa Andenbuch los pasados meses de octubre y noviembre. En él, además de analizar y discutir esta obra, nos adentramos en el problema de los agrotóxicos de la mano del artículo: “Las manchas de la fumigación” (Gatopardo, 29.3.2016), de Soledad Barruti. A dicho artículo acompañan las fotos de Marco Vernaschi, en las que se retrata el drama humano en la figura de sus protagonistas. Pese a lo tétrico del asunto resultan ser unas imágenes bellas y de gran poderío visual. En la misma línea destacan las que componen el reportaje gráfico: El coste humano de los agrotóxicos (2016), de Pablo E. Piovano, tomadas en su recorrido por el litoral y el norte de Argentina.

Finalmente recuperamos elementos de la novela Marianela, de Galdós (que leímos primero), para el análisis. Me refiero, entre otros, al tema del anonimato, a la condición de paria, a la relación de los personajes y el medio ambiente, a la superstición, a la hipocresía de la caridad… Seguro que se me quedan algunos puntos importantes en el tintero, pues la discusión fue muy rica y diversa en interpretaciones y asociaciones de ideas. Aprovecho para recomendar la fantástica serie de podcast (en el blog de Andenbuch) que, en torno al taller, hicieron Omar, Ulrike, Rocío y Jacobo. En ella se encuentran tratadas con más amplitud cuestiones que, por razones de espacio, no puedo abordar aquí.

Por último, darle las gracias a los ya mencionados participantes del taller, más Elena y Fabio, por su interés y sus valiosas aportaciones. A Teresa agradecerle el habernos brindado un espacio tan acogedor y propicio para un encuentro de este tipo como el de su bella y formidable librería.

Luis Aarón González Hernández

Foto: Marco Vernaschi