Los relatos y las escenas del libro son crónica de un tiempo en el que nos costará reconocernos cuando todo haya pasado. De ahí que los personajes con nombre propio que protagonizan historias vividas (o imaginadas) por el común de los mortales, historias de letra pequeña frente a los grandes titulares de los medios sirvan como testimonio de la provisionalidad y la incertidumbre que nos acompañaron en grandes dosis durante los peores momentos de la pandemia.

En cada texto de «Nombres propios, historias comunes» el lector tiene la oportunidad de asomarse a vidas comunes en su aterrizaje de emergencia en esa nueva forma de ser y estar en un mundo que, sin embargo, sigue siendo el mismo y estando donde siempre.

Aunque los relatos son independientes, excepto la saga de Otto, íntegramente ambientada en Berlín, que se intercala a lo largo del libro, hay un hilo que los cose a todos y que une a su vez al lector a ellos: sus vivencias, sus anhelos, incluso las vicisitudes que se dirimen en un plano más fantástico y fantasioso, son compartidas o al menos son esperables, creíbles en esa rutina absolutamente extraordinaria obligada por el marco pandémico.