Esta temprana novela de Adolfo Colombres, que preanuncia la retirada del Estado, tuvo dos ediciones en México y una buena acogida de la crítica de ese país, pero hasta la fecha no fue publicada en Argentina, aunque sí llevada al cine por Miguel Mirra en 1991, bajo el título de Después del último tren, y con la actuacióbn, entre otros, de Federico Luppi, Víctor Laplace y Selva Aleman. Las cuatro partes de esta obra se presentan como cuatro tiempos sucesivos, que empiezan con el mito y terminan con la utopía, atravesando la historia y una fase de decadencia. El relato configura así una parábola sobre cómo el llamado «progreso» viene a menudo a sumergir a la realidad más plena en la fantasmagoría y el olvido. Las cajas llaman a la recolección de la algarroba bajo un sol de fuego, espacio del polvo y de las víboras. Pero ocurre que ya las compañías forestales se llevaron la madera y los productos importados destruyeron las industrias tradicionales, por lo que la gente se fue o la mató la miseria y el despojo. Qué resta en esa vieja tierra del maíz? La agonía de un desierto de salitre y espinas, las voces de un mundo desaparecido que el viento arrastra. Si la novela moderna es una cuestión de lenguaje, Colombres acierta a resolver los ecos de este universo perdido en el plano literario, alcanzando un suprarregionalismo poético que se acerca a la música, por la importancia que se asigna al estallido de las sílabas en el silencio de la escritura. Los seres y sus pasiones, que otrora movieran las ruedas de la historia, se vuelven, hacia el final, permutables a los ojos de los muertos. Los hechos se repiten, pero en un sentido inverso, dejando al descubierto esa relatividad que ayuda a entender la condición humana.